CIENTÍFICO ¿Desde cuándo usamos la palabra “científico”? R: Desde 1834. Durante siglos, quienes estudiaban el mundo natural eran llamados “filósofos naturales” u “hombres de ciencia”, términos que reflejaban una visión fragmentada y, a menudo, excluyente. Pero ese año, el académico inglés William Whewell propuso una palabra nueva: “científico”, inspirándose en el trabajo de Mary Somerville, matemática y divulgadora escocesa. Somerville había publicado Sobre la conexión de las ciencias físicas, una obra que unificaba distintas ramas del conocimiento en una sola narrativa accesible. Whewell, al reseñar el libro, entendió que la ciencia ya no era un conjunto de islas, sino un continente interconectado. Así nació el término “científico”, como quien crea arte con distintos medios: física, química, astronomía… todas buscando comprender el mundo. La palabra no sólo nombró una profesión; nombró una vocación colectiva.   ALGO NUEVO ¿Por qué sentimos placer al aprender algo nuevo? R: Porque el cerebro lo celebra. Aprender activa circuitos de recompensa similares a los del alimento o el afecto. Cuando descubrimos una idea, una conexión, una explicación que antes no teníamos, el cuerpo libera dopamina: la molécula del entusiasmo. En México, donde la conversación cotidiana mezcla historia, refranes, ciencia y farándula, aprender no es sólo académico, es social. Compartir un dato curioso en la sobremesa, entender un fenómeno natural, recordar una palabra antigua… todo eso nos conecta. Aprender es pertenecer. Y en tiempos de sobreinformación, encontrar algo que realmente nos sorprenda es como hallar una flor en medio del concreto. Nos recuerda que aún hay misterio, y que aún somos capaces de asombro. Todos los días, afortunadamente.   NOMBRANDO ¿Por qué importa cómo nombramos las profesiones? R. Porque el lenguaje construye realidad. Decir “hombre de ciencia”, excluye. Decir “científico”, incluye. Las palabras que usamos para nombrar profesiones, talentos o roles sociales definen quién tiene permiso para imaginarse ahí. Y durante siglos, muchas personas quedaron fuera por cómo se hablaba de ellas. En México, esto se refleja en cómo nombramos a las mujeres en cargos públicos, a los jóvenes en espacios técnicos, a los migrantes en profesiones calificadas. Cambiar el lenguaje no es corrección política: es justicia simbólica. Cuando decimos “ingeniera”, “doctora”, “artista”, “científica”, estamos abriendo puertas que antes estaban cerradas por gramática. Nombrar bien es incluir. Y eso también es ciencia social.   ARTE Y CIENCIA ¿Puede un artista ser también un científico? R. Absolutamente. La ciencia y el arte comparten más de lo que parece: observación, experimentación, sensibilidad, y búsqueda de patrones. Un artista analiza la luz, el color, la forma; un científico, también. La diferencia está en el lenguaje, no en la intención. Mary Somerville lo entendió bien: describió la ciencia como una red de conexiones, no como una torre de marfil. En México, donde la creatividad convive con la lógica en cada oficio, esta dualidad es cotidiana. Ser artista no excluye ser científico. Ser curioso es el punto de partida. La pregunta no es si se puede, sino por qué seguimos separando lo que el alma ya unió. Columnista: Alfredo La Mont IIIImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0CIENTÍFICO ¿Desde cuándo usamos la palabra “científico”? R: Desde 1834. Durante siglos, quienes estudiaban el mundo natural eran llamados “filósofos naturales” u “hombres de ciencia”, términos que reflejaban una visión fragmentada y, a menudo, excluyente. Pero ese año, el académico inglés William Whewell propuso una palabra nueva: “científico”, inspirándose en el trabajo de Mary Somerville, matemática y divulgadora escocesa. Somerville había publicado Sobre la conexión de las ciencias físicas, una obra que unificaba distintas ramas del conocimiento en una sola narrativa accesible. Whewell, al reseñar el libro, entendió que la ciencia ya no era un conjunto de islas, sino un continente interconectado. Así nació el término “científico”, como quien crea arte con distintos medios: física, química, astronomía… todas buscando comprender el mundo. La palabra no sólo nombró una profesión; nombró una vocación colectiva.   ALGO NUEVO ¿Por qué sentimos placer al aprender algo nuevo? R: Porque el cerebro lo celebra. Aprender activa circuitos de recompensa similares a los del alimento o el afecto. Cuando descubrimos una idea, una conexión, una explicación que antes no teníamos, el cuerpo libera dopamina: la molécula del entusiasmo. En México, donde la conversación cotidiana mezcla historia, refranes, ciencia y farándula, aprender no es sólo académico, es social. Compartir un dato curioso en la sobremesa, entender un fenómeno natural, recordar una palabra antigua… todo eso nos conecta. Aprender es pertenecer. Y en tiempos de sobreinformación, encontrar algo que realmente nos sorprenda es como hallar una flor en medio del concreto. Nos recuerda que aún hay misterio, y que aún somos capaces de asombro. Todos los días, afortunadamente.   NOMBRANDO ¿Por qué importa cómo nombramos las profesiones? R. Porque el lenguaje construye realidad. Decir “hombre de ciencia”, excluye. Decir “científico”, incluye. Las palabras que usamos para nombrar profesiones, talentos o roles sociales definen quién tiene permiso para imaginarse ahí. Y durante siglos, muchas personas quedaron fuera por cómo se hablaba de ellas. En México, esto se refleja en cómo nombramos a las mujeres en cargos públicos, a los jóvenes en espacios técnicos, a los migrantes en profesiones calificadas. Cambiar el lenguaje no es corrección política: es justicia simbólica. Cuando decimos “ingeniera”, “doctora”, “artista”, “científica”, estamos abriendo puertas que antes estaban cerradas por gramática. Nombrar bien es incluir. Y eso también es ciencia social.   ARTE Y CIENCIA ¿Puede un artista ser también un científico? R. Absolutamente. La ciencia y el arte comparten más de lo que parece: observación, experimentación, sensibilidad, y búsqueda de patrones. Un artista analiza la luz, el color, la forma; un científico, también. La diferencia está en el lenguaje, no en la intención. Mary Somerville lo entendió bien: describió la ciencia como una red de conexiones, no como una torre de marfil. En México, donde la creatividad convive con la lógica en cada oficio, esta dualidad es cotidiana. Ser artista no excluye ser científico. Ser curioso es el punto de partida. La pregunta no es si se puede, sino por qué seguimos separando lo que el alma ya unió. Columnista: Alfredo La Mont IIIImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

Sin maquillaje / arlamont@msn.com / 6 de diciembre de 2025

2025/12/06 17:00

CIENTÍFICO

¿Desde cuándo usamos la palabra “científico”?

R: Desde 1834. Durante siglos, quienes estudiaban el mundo natural eran llamados “filósofos naturales” u “hombres de ciencia”, términos que reflejaban una visión fragmentada y, a menudo, excluyente. Pero ese año, el académico inglés William Whewell propuso una palabra nueva: “científico”, inspirándose en el trabajo de Mary Somerville, matemática y divulgadora escocesa. Somerville había publicado Sobre la conexión de las ciencias físicas, una obra que unificaba distintas ramas del conocimiento en una sola narrativa accesible. Whewell, al reseñar el libro, entendió que la ciencia ya no era un conjunto de islas, sino un continente interconectado. Así nació el término “científico”, como quien crea arte con distintos medios: física, química, astronomía… todas buscando comprender el mundo. La palabra no sólo nombró una profesión; nombró una vocación colectiva.

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ALGO NUEVO

¿Por qué sentimos placer al aprender algo nuevo?

R: Porque el cerebro lo celebra. Aprender activa circuitos de recompensa similares a los del alimento o el afecto. Cuando descubrimos una idea, una conexión, una explicación que antes no teníamos, el cuerpo libera dopamina: la molécula del entusiasmo. En México, donde la conversación cotidiana mezcla historia, refranes, ciencia y farándula, aprender no es sólo académico, es social. Compartir un dato curioso en la sobremesa, entender un fenómeno natural, recordar una palabra antigua… todo eso nos conecta. Aprender es pertenecer. Y en tiempos de sobreinformación, encontrar algo que realmente nos sorprenda es como hallar una flor en medio del concreto. Nos recuerda que aún hay misterio, y que aún somos capaces de asombro. Todos los días, afortunadamente.

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NOMBRANDO

¿Por qué importa cómo nombramos las profesiones?

R. Porque el lenguaje construye realidad. Decir “hombre de ciencia”, excluye. Decir “científico”, incluye. Las palabras que usamos para nombrar profesiones, talentos o roles sociales definen quién tiene permiso para imaginarse ahí. Y durante siglos, muchas personas quedaron fuera por cómo se hablaba de ellas. En México, esto se refleja en cómo nombramos a las mujeres en cargos públicos, a los jóvenes en espacios técnicos, a los migrantes en profesiones calificadas. Cambiar el lenguaje no es corrección política: es justicia simbólica. Cuando decimos “ingeniera”, “doctora”, “artista”, “científica”, estamos abriendo puertas que antes estaban cerradas por gramática. Nombrar bien es incluir. Y eso también es ciencia social.

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ARTE Y CIENCIA

¿Puede un artista ser también un científico?

R. Absolutamente. La ciencia y el arte comparten más de lo que parece: observación, experimentación, sensibilidad, y búsqueda de patrones. Un artista analiza la luz, el color, la forma; un científico, también. La diferencia está en el lenguaje, no en la intención. Mary Somerville lo entendió bien: describió la ciencia como una red de conexiones, no como una torre de marfil. En México, donde la creatividad convive con la lógica en cada oficio, esta dualidad es cotidiana. Ser artista no excluye ser científico. Ser curioso es el punto de partida. La pregunta no es si se puede, sino por qué seguimos separando lo que el alma ya unió.

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James Vanderbilt, guionista de 'Zodiac', dirige un filme sobre el proceso que cambió las normas del derecho internacional y que cuenta con Russell Crowe como Hermann GöringKathryn Bigelow: “Las armas nucleares no protegen a nadie, no son una medida defensiva inteligente” Steve McQueen, el director de 12 años de esclavitud, afrontaba el año pasado su primera película con la II Guerra Mundial de fondo. Lo hacía en Blitz, donde abordaba los bombardeos que sufrió su ciudad, Londres, y cómo hasta en una guerra hay una cuestión de clase y raza que hace que los negros, los pobres y los que viven en los márgenes sufran incluso más que el resto. Al preguntarle por qué volver a la Guerra Mundial no dudaba. Decía que toda generación tiene la responsabilidad de volver al conflicto para aprender de lo que ocurrió y no volver a repetir aquellos errores. El director James Vanderbilt parece haber escuchado aquellas declaraciones, aunque niegue haberlo hecho y lleve 13 años escribiendo el guion de Nuremberg, adaptación de El nazi y el psiquiatra, de Jack El-Hai, cuyo estreno en Argentina esta previsto para marzo del año próximo. Un libro que buceaba en la enfermiza relación que se forja entre el psicólogo Douglas Kelly, al que interpreta Rami Malek, y el nazi Hermann Göring, al que da vida de forma portentosa Russell Crowe. Lo leyó cuando no era ni siquiera un libro, apenas tenía seis páginas y lo tuvo claro: “Fue la vez que más rápido dije que sí a algo en mi vida”. Le fascinaba ese hombre que intentaba entender, e incluso diagnosticar, qué les pasaba a los nazis para que cometieran semejantes atrocidades. Lo que ha logrado es un thriller clásico, un duelo interpretativo que converge en aquel juicio que cambió la historia. Por primera vez se juzgó a personas concretas por crímenes de guerra y contra la humanidad, sentando las bases del derecho penal internacional, creando el concepto de crímenes de “lesa humanidad” y sentando un precedente fundamental: a partir de ese momento nadie podía escudarse en que “seguía órdenes” para cometer crímenes.  A Vanderbilt, que es el responsable del guion de uno de los mejores thrillers del siglo XXI, Zodiac, la historia también le tocaba de forma directa. “Mis dos abuelos lucharon en la Segunda Guerra Mundial y, por suerte, ambos regresaron. Por tanto, siempre ha sido un tema importante para mí. Tengo amigos que perdieron a sus familiares en los campos de concentración. Y, sin embargo, cuando hablo con mis hijos sobre ello, es como hablarles de la Revolución Americana. Lo sienten como algo muy lejano. Así que creo que revivir el pasado y contarlo de una manera emotiva que conmueva me interesó. Era oportuno hace 13 años, pero lamentablemente es un tema actual ahora y lo será en el futuro. Nuestro objetivo como cineastas siempre es intentar hacer algo que perdure, y eso es lo que queríamos con esta película”, explica el director. Vanderbilt explicita la pertinencia de su película en un epílogo que advierte que los dictadores del futuro pueden ser elegidos democráticamente y vestir de traje, en una referencia clara a Donald Trump, nombre que evita citar en las entrevistas. “La mejor manera de responder a esto creo que lo maravilloso de las películas es que podemos involucrarnos en cosas que creemos que son importantes. David Fincher me dijo una vez que las buenas películas te hacen preguntas. Las malas películas te dan todas las respuestas. Y me encanta esa idea. Y también me encanta que cuando lanzamos la película al mundo, les pertenece a ellos. Así que, lo que la gente entienda de ella ya no depende de nosotros. La conversación sobre el arte siempre es algo bueno”, zanja. Como muestra el filme, el ejército de EE.UU. no estaba, a priori, a favor de involucrarse en lo que posteriormente terminaron siendo los juicios de Nuremberg. “En el ejército pensaban que juzgar a hombres por seguir órdenes era la peor idea que habían oído nunca. Si sentaba ese precedente podía ser usado contra ellos en el futuro. Fue algo sin precedentes, y fue importantísimo que se hiciera”, explica Vanderbilt sobre la importancia histórica y como pendió de un hilo el que se llevara a cabo. David Fincher me dijo una vez que las buenas películas te hacen preguntas. Las malas películas te dan todas las respuestas James Vanderbilt — Cineasta A su juicio, fue el triunfo de la justicia. “Si se les hubiera matado hubiera sido un acto de venganza, pero al ser juzgados fue un acto de justicia. Pero también era un riesgo porque, ¿qué hubiera pasado si hubieran ganado el juicio, si no se los hubiera podido condenar? Además, fue importante porque hubo una cooperación bastante activa entre diferentes países que no colaboraban en otros aspectos. Por ejemplo, EEUU y Rusia ya estaban espiándose entre ellos, centrados en sus luchas. Empezaba la Guerra Fría”, añade. De alguna forma Nuremberg y Zodiac tienen algo en común, y es que ambas terminan convirtiéndose en relatos sobre la obsesión. James Vanderbilt se ríe cuando se lo mencionan y reconoce que está “obsesionado con la obsesión y con la naturaleza del mal”. “Zodiac también trataba sobre un hombre que se obsesiona intentando responder a una pregunta que quizá no pueda. Y, consiga o no salir de ahí, pierde a su familia y casi se pierde a sí mismo. En esta película, no quiero hacer espóileres, esta obsesión tiene un gran efecto en el Doctor Kelly. Me atraen las películas con temas como ese. Probablemente, más de lo que debería, pero no siempre podemos elegir lo que nos fascina”, subraya. Todo con forma de thriller, porque lo que sí tenía claro es que no ve muchas películas que “parece que te sermonean durante dos horas o te señalan algo con el dedo”. Por ello intentó remitir a los referentes del cine que le influyó de joven, como JFK o Apolo 13, “películas que eran muy serias, pero también emocionantes y entretenidas para asimilar toda la información sobre lo que pasó realmente, pero también emocionarte con esos personajes”. 
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Eldiarioar2025/12/07 11:02